Visita de zorrito
17.9.14
26.12.13
una breve
—Listo, ya ordené.
—...
—Que llegue cuando quiera ese elefante.
—Sos más graciosa vos.
—Qué hice ahora.
—No hiciste nada de lugar.
—Pero ordené un poco, cambié algunos libros de lugar, pasé la escoba, me compré un vestido, colgué lucecitas nuevas...
—No te hablo de un elefante metafórico, eh. Hablo de un elefante elefante.
—...
—...
—Ah, ¿no era metafórico?
—No.
—Pero además tengo un discurso que preparé, que ya estoy lista, que cuándo llega y todo eso.
—No.
—Pero hasta ensayé.
—Lo sé. Pero no.
—¿Te lo puedo decir igual?
—No. Hacé lugar.
—...
—Y me llevo estas almendras.
—...
—Que llegue cuando quiera ese elefante.
—Sos más graciosa vos.
—Qué hice ahora.
—No hiciste nada de lugar.
—Pero ordené un poco, cambié algunos libros de lugar, pasé la escoba, me compré un vestido, colgué lucecitas nuevas...
—No te hablo de un elefante metafórico, eh. Hablo de un elefante elefante.
—...
—...
—Ah, ¿no era metafórico?
—No.
—Pero además tengo un discurso que preparé, que ya estoy lista, que cuándo llega y todo eso.
—No.
—Pero hasta ensayé.
—Lo sé. Pero no.
—¿Te lo puedo decir igual?
—No. Hacé lugar.
—...
—Y me llevo estas almendras.
13.12.13
Almendras
—Eah, te extrañaba, tanto tiempo.
—Tanto no, si te conseguiste otro amigo peludo.
—No, pero ese ya no me quieAh, decís el gato.
Mirada.
Silencio.
—Bueno, sí, la gatita esta. ¿Linda, no? Y amorosita.
Silencio.
—Pero además, te compré almendras de las buenas.
Silencio.
Con sus garritas, lucha por abrir el envase en el que vienen las almendras.
—¿Te ayudo?
Mirada.
Pasa la gata corriendo, atolondrada. Intenta subir a la mesada, le erra, se cae con poca gracia, se va corriendo.
—Tsk.
Silencio.
—Así todas las noches —dice de pronto—. Yo estuve viniendo. Vos estabas un poco en babia.
—Bueno, en babia no —me defiendo—. Dormida. Cansada. Un poco triste. Muchas cosas… —balbuceo—. Igual, sé que pasabas. Te dejé un montón de membrillo, y nueces, y ahora es temporada de duraznos.
—Sí, rico todo.
Sonrío.
Ya es casi verano y hay mucha luz a esta hora de la madrugada. Lo miro mientras sigue intentando abrir la cajita de las almendras. Su belleza me resulta demoledora. Rojo fuego. El pelaje de su cola me deja sin aire. Y la mirada.
—Vine a contarte una cosa.
—Qué.
—Este verano, te va a visitar un elefante. Hacé lugar.
—Ajá.
—Bueh, no me creas si no querés. Cuando te aplaste todos los origamis, los libros y a esa gata tuya, ya vas a ver.
—Está bien, está bien, me pongo en campaña y hago lugar. Pero para qué va a venir, qué puede hacer un elefante acá. Y la gata no es mía, che. Vive acá.
—Bueno, bueno, eso es una obviedad igual. En cualquier caso, la gata esta es un poco torpe para esquivar elefantes, yo te diría que despejes un poco.
—Bueno. Y es cachorra la gata, por eso.
—Nah, nah, es torpe nomás. Pero es divertida. Indecisa y torpe, pero divertida. Y amorosita, como decís vos.
—Sí.
—Y un poco sonsa, hay que reconocerlo.
—No te abuses, eh.
—Quería avisarte lo del elefante, y decirte que eso que te dijo la chica en el subte… tiene razón: todo va a estar bien.
Nudo en la garganta.
—¿Cómo sabés todo?
—Tsk. —Con cara de resignación, me alcanza el envase de almendras, un poco arañado por todos lados, pero todavía sin abrir.
—Llevalos todos.
Sonríe. O su equivalente en cara zorra, que es algo así como: brilla más todavía.
—Te esperamos en la próxima fiesta de terraza. La primera luna llena después de una tormenta. Se supone que será antes de que llegue el elefante.
Se trepa a la ventana con su cajita de almendras. Y agrega antes de irse:
—Y que no te dé impresión: el menú incluye canapés de conejo y sándwiches de pato. Traé membrillo para el postre.
—Tanto no, si te conseguiste otro amigo peludo.
—No, pero ese ya no me quieAh, decís el gato.
Mirada.
Silencio.
—Bueno, sí, la gatita esta. ¿Linda, no? Y amorosita.
Silencio.
—Pero además, te compré almendras de las buenas.
Silencio.
Con sus garritas, lucha por abrir el envase en el que vienen las almendras.
—¿Te ayudo?
Mirada.
Pasa la gata corriendo, atolondrada. Intenta subir a la mesada, le erra, se cae con poca gracia, se va corriendo.
—Tsk.
Silencio.
—Así todas las noches —dice de pronto—. Yo estuve viniendo. Vos estabas un poco en babia.
—Bueno, en babia no —me defiendo—. Dormida. Cansada. Un poco triste. Muchas cosas… —balbuceo—. Igual, sé que pasabas. Te dejé un montón de membrillo, y nueces, y ahora es temporada de duraznos.
—Sí, rico todo.
Sonrío.
Ya es casi verano y hay mucha luz a esta hora de la madrugada. Lo miro mientras sigue intentando abrir la cajita de las almendras. Su belleza me resulta demoledora. Rojo fuego. El pelaje de su cola me deja sin aire. Y la mirada.
—Vine a contarte una cosa.
—Qué.
—Este verano, te va a visitar un elefante. Hacé lugar.
—Ajá.
—Bueh, no me creas si no querés. Cuando te aplaste todos los origamis, los libros y a esa gata tuya, ya vas a ver.
—Está bien, está bien, me pongo en campaña y hago lugar. Pero para qué va a venir, qué puede hacer un elefante acá. Y la gata no es mía, che. Vive acá.
—Bueno, bueno, eso es una obviedad igual. En cualquier caso, la gata esta es un poco torpe para esquivar elefantes, yo te diría que despejes un poco.
—Bueno. Y es cachorra la gata, por eso.
—Nah, nah, es torpe nomás. Pero es divertida. Indecisa y torpe, pero divertida. Y amorosita, como decís vos.
—Sí.
—Y un poco sonsa, hay que reconocerlo.
—No te abuses, eh.
—Quería avisarte lo del elefante, y decirte que eso que te dijo la chica en el subte… tiene razón: todo va a estar bien.
Nudo en la garganta.
—¿Cómo sabés todo?
—Tsk. —Con cara de resignación, me alcanza el envase de almendras, un poco arañado por todos lados, pero todavía sin abrir.
—Llevalos todos.
Sonríe. O su equivalente en cara zorra, que es algo así como: brilla más todavía.
—Te esperamos en la próxima fiesta de terraza. La primera luna llena después de una tormenta. Se supone que será antes de que llegue el elefante.
Se trepa a la ventana con su cajita de almendras. Y agrega antes de irse:
—Y que no te dé impresión: el menú incluye canapés de conejo y sándwiches de pato. Traé membrillo para el postre.
5.8.12
Zorrito de verano
Escucho grmmpf grmmpf y me levanto.
—Yo sabía: ¡duraznos para el verano!
El zorrito colorado de cocina apenas levantó la vista a modo de saludo.
—Qué bueno verte, tanto tiempo. Supuse que andabas por ahí de romance.
Ahí sí detuvo su comilona de durazno y me miró fijo. Muy bajito dijo:
—Mmmh, no, no resultó.
—Eh, pero te gustaba mucho esa zorrita.
—¿Y desde cuándo eso tiene algo que ver con los resultados?
—Está bien, tenés razón. Lo lamento.
—No pasa nada, nadie se muere por esto. Eso sí, tu máquina de dibujar... grapcias.
—Epa, yo no tuve nada que ver, eh? No me metas.
Giró lentamente la cabeza y volvió al durazno. Rascaba con los dientes el carozo, arrugando un poco el hocico.
—Igual, no vine para eso.
Lo miré con atención. Su hermoso pelaje colorado a la luz del sol del amanecer veraniego se veía casi como siempre. Incandescente, sí, pero se le notaba un dejo de tristeza. Algo en la coloración, en lo esponjoso, ese brillo que solo da el esfuerzo por sentirse bien, pero no sentirse bien realmente. Como una sonrisa que no es falsa, pero tampoco espontánea. Me dieron ganas de abrazarlo pero me contuve. Esos dientitos no están por nada, lo sé.
—Me gusta que me visites en cualquier caso. Lo sabés. Tengo uvas también. De las verdes alargadas dulces. Lo mejor de febrero.
—Vine para retarte un poco. ¿Qué es eso de treparte mojada a la bañadera? ¿Estás loca?
—Te contó ese cocodrilo buchón, no lo puedo creer. Había un gorgojo en el techo, tenía que matarlo.
—Uno no elige a la familia.
—¡No es familia, es un gorgojo! ¿Qué hace un gorgojo en el baño? Ya saqué todo lo comestible del camino, los collares de semillas, los muñecos con relleno sospechoso. Están en la pieza, en el living, por toda la casa. Ya no sé qué hacer.
—Por lo pronto, no treparte al borde de la bañadera chorreando agua. Te podías romper el alma.
Le hice un pfffs yo, qué tanto.
Nos quedamos callados un rato. Él seguía con el durazno, de a mordiscos chicos, saboreando. Yo masticaba un poco mi indignación.
Supongo que de vengativa nomás dije:
—¿Y qué pasó con la zorrita? ¿Por qué no funcionó?
—Uno no elige a la familia —respondió sin dejar de mirar fijo el durazno—. Y no vamos a hablar de eso. No estás muy autorizada que digamos.
—Bueh, encima eso. Está claro que me va mejor con la caza del gorgojo. Y a partir de ahora, también me pongo en campaña con la caza del cocodrilo.
—Mirá que sos sonsa, eh.
—Pero qué duraznos te compro.
Si los zorros sonrieran, juraría que lo hizo. Un gesto, algo en la comisura de los labios que podría haber sido una sonrisa de zorrito, pero, en fin, volvió al ataque:
—¿Cuándo te vas a resignar a que los gorgojos están en tu vida aunque no quieras?
—Ah, no. Me mudo.
—Mudate y vas a ver cómo te siguen. La familia...
Lo interrumpí.
—¿Podés dejar de decir eso? Ya sé que la familia no se elige, qué tiene que ver con los gorgojos.
—La familia no se elige y sabés que lo digo en un sentido amplio de familia, no tengo que explicarte eso también, ¿no? Aunque hoy estás más sonsa que nunca, me temo.
Me senté en el piso de la cocina en silencio.
El zorrito terminó su durazno y me miró.
—Lo único que te digo es que yo tampoco elijo a mi familia. No te trepes más a la bañadera ni seca ni chorreando agua. Es peligroso. Y dame esas uvas que me decías.
Abrí la heladera y saqué el bowl con las uvas. Después pasó algo raro. Los dos fuimos a agarrar una a la vez y sin querer nos rozamos, su pata y mi mano.
Sin decir nada más, el zorrito se metió un racimo en el bolsillo y se fue, vaporoso, por la ventana. Lo miré hasta que se perdió entre las sombras de los techos del sol de verano.
Quiero creer que a veces las caricias tampoco se eligen.
28.1.12
—Yo sabía: ¡duraznos para el verano!
El zorrito colorado de cocina apenas levantó la vista a modo de saludo.
—Qué bueno verte, tanto tiempo. Supuse que andabas por ahí de romance.
Ahí sí detuvo su comilona de durazno y me miró fijo. Muy bajito dijo:
—Mmmh, no, no resultó.
—Eh, pero te gustaba mucho esa zorrita.
—¿Y desde cuándo eso tiene algo que ver con los resultados?
—Está bien, tenés razón. Lo lamento.
—No pasa nada, nadie se muere por esto. Eso sí, tu máquina de dibujar... grapcias.
—Epa, yo no tuve nada que ver, eh? No me metas.
Giró lentamente la cabeza y volvió al durazno. Rascaba con los dientes el carozo, arrugando un poco el hocico.
—Igual, no vine para eso.
Lo miré con atención. Su hermoso pelaje colorado a la luz del sol del amanecer veraniego se veía casi como siempre. Incandescente, sí, pero se le notaba un dejo de tristeza. Algo en la coloración, en lo esponjoso, ese brillo que solo da el esfuerzo por sentirse bien, pero no sentirse bien realmente. Como una sonrisa que no es falsa, pero tampoco espontánea. Me dieron ganas de abrazarlo pero me contuve. Esos dientitos no están por nada, lo sé.
—Me gusta que me visites en cualquier caso. Lo sabés. Tengo uvas también. De las verdes alargadas dulces. Lo mejor de febrero.
—Vine para retarte un poco. ¿Qué es eso de treparte mojada a la bañadera? ¿Estás loca?
—Te contó ese cocodrilo buchón, no lo puedo creer. Había un gorgojo en el techo, tenía que matarlo.
—Uno no elige a la familia.
—¡No es familia, es un gorgojo! ¿Qué hace un gorgojo en el baño? Ya saqué todo lo comestible del camino, los collares de semillas, los muñecos con relleno sospechoso. Están en la pieza, en el living, por toda la casa. Ya no sé qué hacer.
—Por lo pronto, no treparte al borde de la bañadera chorreando agua. Te podías romper el alma.
Le hice un pfffs yo, qué tanto.
Nos quedamos callados un rato. Él seguía con el durazno, de a mordiscos chicos, saboreando. Yo masticaba un poco mi indignación.
Supongo que de vengativa nomás dije:
—¿Y qué pasó con la zorrita? ¿Por qué no funcionó?
—Uno no elige a la familia —respondió sin dejar de mirar fijo el durazno—. Y no vamos a hablar de eso. No estás muy autorizada que digamos.
—Bueh, encima eso. Está claro que me va mejor con la caza del gorgojo. Y a partir de ahora, también me pongo en campaña con la caza del cocodrilo.
—Mirá que sos sonsa, eh.
—Pero qué duraznos te compro.
Si los zorros sonrieran, juraría que lo hizo. Un gesto, algo en la comisura de los labios que podría haber sido una sonrisa de zorrito, pero, en fin, volvió al ataque:
—¿Cuándo te vas a resignar a que los gorgojos están en tu vida aunque no quieras?
—Ah, no. Me mudo.
—Mudate y vas a ver cómo te siguen. La familia...
Lo interrumpí.
—¿Podés dejar de decir eso? Ya sé que la familia no se elige, qué tiene que ver con los gorgojos.
—La familia no se elige y sabés que lo digo en un sentido amplio de familia, no tengo que explicarte eso también, ¿no? Aunque hoy estás más sonsa que nunca, me temo.
Me senté en el piso de la cocina en silencio.
El zorrito terminó su durazno y me miró.
—Lo único que te digo es que yo tampoco elijo a mi familia. No te trepes más a la bañadera ni seca ni chorreando agua. Es peligroso. Y dame esas uvas que me decías.
Abrí la heladera y saqué el bowl con las uvas. Después pasó algo raro. Los dos fuimos a agarrar una a la vez y sin querer nos rozamos, su pata y mi mano.
Sin decir nada más, el zorrito se metió un racimo en el bolsillo y se fue, vaporoso, por la ventana. Lo miré hasta que se perdió entre las sombras de los techos del sol de verano.
Quiero creer que a veces las caricias tampoco se eligen.
28.1.12
Alegría de zorrito
Casi no lo escucho, pero me levanté para ir al baño y por las dudas me asomé a la cocina. Lo estaba esperando. Le había dejado especialmente unas almendras frescas y una factura con membrillo.
El zorrito de cocina estaba cerrando un paquete con un hilo. Y parecía bastante enredado.
—¿Te ayudo? —ofrecí.
—Ante todo, decile al cocodrilo ese que orejón su tatarabuelo dinosaurio.
—Bueno, creo que tenemos que agradecer que no le gustamos...
—Si serás tonta a veces, eh.
—¿Gracias por lo de a veces?
El zorrito finalmente logró hacer un nudo con el hilo. Y yo logré reponerme un poco:
—No sé cómo se combate un cocodrilo de bañadera. No estaba en el contrato de alquiler. Tal vez convenga avisarle al dueño.
El zorrito hizo uno de sus típicos tsk tsk. Me dio un papelito y el paquete.
El papelito decía:
—Es para que la sigas vos la lista. Y para contrarrestar esa de los miedos del otro día, que no me gustó nada.
—Estoy segura de que no lo hizo con mala intención el cocodrilo. Hay días así, donde uno está más miedoso, ¿o me vas a decir que a vos no te pasa?
Me miró fijo. Hizo tss tss esta vez, como diciendo "no sé de qué hablás" o "mejor ni te cuento".
Abrí el paquete.
—Pero... estas son mis propias antenitas de los cumpleaños. ¿Cómo me regalás algo que ya es mío?
—¿Todo te tengo que explicar? Es para que no te olvides de usarlas hoy. Más que nunca. Los zorritos solo regalamos cosas importantes en los cumpleaños.
Guardó en su bolsillo zorrito todas las almendras que le entraron y se quedó con la factura en la mano.
Cuando se estaba yendo por la ventana dijo:
—Ah, y estás invitada a la próxima fiesta en la terraza. Inauguración de temporada. La primera noche de primavera.
Me volví a la cama. Y solo tuve sueños alegres por el resto de la noche. Y un poco emotivos también.
Entrada original en siemprelista el 17.8.11.
El zorrito de cocina estaba cerrando un paquete con un hilo. Y parecía bastante enredado.
—¿Te ayudo? —ofrecí.
—Ante todo, decile al cocodrilo ese que orejón su tatarabuelo dinosaurio.
—Bueno, creo que tenemos que agradecer que no le gustamos...
—Si serás tonta a veces, eh.
—¿Gracias por lo de a veces?
El zorrito finalmente logró hacer un nudo con el hilo. Y yo logré reponerme un poco:
—No sé cómo se combate un cocodrilo de bañadera. No estaba en el contrato de alquiler. Tal vez convenga avisarle al dueño.
El zorrito hizo uno de sus típicos tsk tsk. Me dio un papelito y el paquete.
El papelito decía:
Cosas que te dan alegría inmediata:
*El olor a tostadas.
*La risa de los sobrinos.
*Un rato de buena lectura.
*La siesta al sol.
*Un abrazo.
*La luna.
*El mensaje que te mandó un amigo el otro día.
*El chocolate con mazapán.
*Papeles de colores.
*Esa cancioncita.
*Un anillo perfecto.
*El perfume del jazmín chino que está por florecer en estos días.
*El queso.
*Esos lunares.
y así.
—Es para que la sigas vos la lista. Y para contrarrestar esa de los miedos del otro día, que no me gustó nada.
—Estoy segura de que no lo hizo con mala intención el cocodrilo. Hay días así, donde uno está más miedoso, ¿o me vas a decir que a vos no te pasa?
Me miró fijo. Hizo tss tss esta vez, como diciendo "no sé de qué hablás" o "mejor ni te cuento".
Abrí el paquete.
—Pero... estas son mis propias antenitas de los cumpleaños. ¿Cómo me regalás algo que ya es mío?
—¿Todo te tengo que explicar? Es para que no te olvides de usarlas hoy. Más que nunca. Los zorritos solo regalamos cosas importantes en los cumpleaños.
Guardó en su bolsillo zorrito todas las almendras que le entraron y se quedó con la factura en la mano.
Cuando se estaba yendo por la ventana dijo:
—Ah, y estás invitada a la próxima fiesta en la terraza. Inauguración de temporada. La primera noche de primavera.
Me volví a la cama. Y solo tuve sueños alegres por el resto de la noche. Y un poco emotivos también.
Entrada original en siemprelista el 17.8.11.
Miedo de cocodrilo
Había pasado casi un año desde la última vez que apareció. Por eso entré como si nada al baño y al verlo pegué un salto y un grito (todo a la vez) y revoleé el cepillo de dientes que ya tenía en la mano.
Es que un cocodrilo en la bañadera, muy pancho, tirado panza arriba, tomando un trago, como si estuviera en una playa del caribe no es algo que se vea todos los días. Que mi casita será un poco desordenada, pero no es un zoológico.
No bien se acabó mi grito, preguntó:
—¿A qué le tenés miedo vos?
Entonces me quedé muda.
—Che, no es una pregunta tan difícil. A ver, empiezo yo... ¡No! La idea es que vos hagas una lista. Y te arregles un poco el pelo, que lo tenés hecho un desastre.
—Ah, me voy acordando de lo lindo que es charlar con vos. ¿Qué querés? Son las dos de la mañana, tuve un día complicado, no hay peinado que dure hasta esta hora.
—Yo sé que no te peinás a ninguna hora. —dijo bajito, mirando para el frente, donde debía estar viendo olas imaginarias, como si nada.
—Bueno, a veces... un poco... uso crema de enjuague... —me recompuse—: igual, a mí me gusta mi pelo. ¡Y fui hace poco a la peluquería!
—'Ta bien, 'ta bien, manejate —dijo sacudiendo una garra suavemente, como si estuviera desmereciendo mi afirmación o espantando algún mosquito playero de su mundo de fantasía—. Igual, no vine para eso. Vos sabrás lo que tenés en esa cabeza. Yo vine a tirarte ideas para listas, porque ese blog me da pena. Y decí que ese zorro es muy orejón para mi gusto, que si no, un día me lo zampo de un bocado y ahí te quiero ver. Pelado el blog, como van a quedar los huesos del zorrito ese. Y la primera idea es esa: ¿qué cosas te dan miedo?
Te dejo la inquietud.
Y ahí nomás se zambulló, como la otra vez, como si fuera en la pileta del hotel de sus sueños, a través del desagüe de la bañadera, y desapareció.
Tardé un momento en reaccionar. Levanté el cepillo de dientes, lo enjuagué, y mientras ponía dentífrico para lavarme empecé a pensar...
Es que un cocodrilo en la bañadera, muy pancho, tirado panza arriba, tomando un trago, como si estuviera en una playa del caribe no es algo que se vea todos los días. Que mi casita será un poco desordenada, pero no es un zoológico.
No bien se acabó mi grito, preguntó:
—¿A qué le tenés miedo vos?
Entonces me quedé muda.
—Che, no es una pregunta tan difícil. A ver, empiezo yo... ¡No! La idea es que vos hagas una lista. Y te arregles un poco el pelo, que lo tenés hecho un desastre.
—Ah, me voy acordando de lo lindo que es charlar con vos. ¿Qué querés? Son las dos de la mañana, tuve un día complicado, no hay peinado que dure hasta esta hora.
—Yo sé que no te peinás a ninguna hora. —dijo bajito, mirando para el frente, donde debía estar viendo olas imaginarias, como si nada.
—Bueno, a veces... un poco... uso crema de enjuague... —me recompuse—: igual, a mí me gusta mi pelo. ¡Y fui hace poco a la peluquería!
—'Ta bien, 'ta bien, manejate —dijo sacudiendo una garra suavemente, como si estuviera desmereciendo mi afirmación o espantando algún mosquito playero de su mundo de fantasía—. Igual, no vine para eso. Vos sabrás lo que tenés en esa cabeza. Yo vine a tirarte ideas para listas, porque ese blog me da pena. Y decí que ese zorro es muy orejón para mi gusto, que si no, un día me lo zampo de un bocado y ahí te quiero ver. Pelado el blog, como van a quedar los huesos del zorrito ese. Y la primera idea es esa: ¿qué cosas te dan miedo?
Te dejo la inquietud.
Y ahí nomás se zambulló, como la otra vez, como si fuera en la pileta del hotel de sus sueños, a través del desagüe de la bañadera, y desapareció.
Tardé un momento en reaccionar. Levanté el cepillo de dientes, lo enjuagué, y mientras ponía dentífrico para lavarme empecé a pensar...
Lista de algunas cosas que me dan miedo:Entrada original en siemprelista el 3.8.11.
*Las alturas.
*El viento.
*Las mandíbulas de los perros que son más grandes que mi mano.
*La oscuridad.
*Los pensamientos repetidos.
*Los pensamientos oscuros.
*El dolor de huesos.
*La tintura de pelo.
*Los vidrios en la playa.
*Perder un papel, una lapicera, unas llaves.
*El miedo.
*Perderte.
*Perderme.
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